miércoles, 15 de febrero de 2012


Paisaje peatonal.

Andan en la Catedral
historias gastadas
de piedra y ladrillo
de sombra sólida.
Y entre azules de peatonal
las burbujas del Suquía
escoltan el dirigible
del cantor
enamorado del Suelo.
A veces colonial,
a veces moderna.
Hay tropiezos y payasos
trovadores y heladeros;
y un silente Gerónimo
se pasea admirando
su capricho precursor.
Surge en cada huella una esquina
con sus garitas blancas de La Voz
y las palomas de San Martín,
que con su dedo hacedor
señala el rumbo andino
a su ejército de alas.
Tiembla en cada flor una caricia
al son de las campanas,
que despiertan al Fundador.
Y rugen las bocinas
con su ímpetu ligero;
y en las paredes andan
sombras agrietadas de la gente
con un reflejo de gloria
que no pocos defienden.
Y en los perros vagabundos
hay baldosas que te ladran al pasar,
que te asustan y sonríen,
pidiendo una limosna
con cara de niño
y de hambre.
Rifas que se venden
con bigotes y manos gritones;
y de ese hombre que canta
hay canciones a la gorra
en la plaza.
Hay tanto olor a Córdoba,
en cada banco,
donde duerme el verano
con sus frutos lilas y azules
y sus voces entonadas.
Hay tanta piedra
por gritar en la Cañada.
Hay tanto aire
caminando en la calle,
barriéndole la espalda
al Cristo redentor.
Hay tanto valle
haciendo sombra azul
en los bares,
con sus vidrios
escarchados de miradas.
Y en el humo caprichoso
de las mujeres,
hay mesas que lloran sus amantes,
Dios mediante un café,
Dios mediante las nubes,
Dios mediante el alma
errante del cantor.
Hay tanto, Córdoba, que no sé,
te junté lo que pude.

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