viernes, 17 de septiembre de 2010
el papel se moja
En cada bocanada de aire, aspiraba cuantos microbios hubiera a su alrededor. Cerró los ojos e inspiró su boca un reflejo de mar líquido que ahogó sus sentidos. Era un haz de luz que perduró unos segundos y que venía del otro lado de las penurias, enfrente de los dolores. Le punzó el corazón. Imaginó su alma recorriendo los desniveles de la textura impenetrable y tosca del filo de las mielinas de su cerebro alucinado. La otra bocanada del amigo marrón perturbó su memoria. Se olvidó de sí, pero recordó el haz de luz y se fue nuevamente con él a navegar por el mar gaseoso de su perenne existencia. Miró a su alrededor y avistó unas cumbres, oscuras, heladas, que le dieron escalofríos. En ellas había un faro que repetía incesantemente la señal de avistaje de un barco, pero no era por su barco de papel, era por el barco de coronel Ámbar Maldonado, el que había abandonado la tierra y se filtró por una ley promulgada en su tierra natal hasta dar en estas aguas pegajosas de la fibra más dúctil, babosa y transparente del alma del pobre muchacho, que en su barco de papel se mojaba y se hundía. Antes de llegar a las costas de su corazón, se ahogó en su propia alma y pudo ver, como en espejos estratégicamente puestos a ambos lados de su cuerpo, una mujer blanca, enteramente blanca como la blancura, que le tendía inútilmente la mano. Cayó y no terminaba de caer, porque su alma no tenía fondo, no tenía tierra debajo de sus pies y la sensación de in gravedad le provocó tal espasmo, que murió sin poder contemplar la definitiva suerte o desdicha de pisar la tierra más firme que el hombre pueda pisar, la de su corazón; y todo por ignorar que el papel se moja.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario