Arrojé un nombre en la tormenta,
la telaraña que envuelve el mundo,
me devolvió el tuyo, suave, puro.
Nadie cree en las voces eléctricas.
Maullidos que se creen rugidos.
Lo tuyo fue música a mis oídos.
Una especie de brasa, falaz y lenta,
Que perdonaba todo a la imagen
Muté mi entorno y fue inevitable.
Comencé a quererte y esperarte
Hasta que en un santiamén de horas,
en una, descubrí el cendal de tu rostro
Pasaron tu mano y la mía el límite
Una pared infinita se tendió en mi frente
Agazapados como extraños, nos fuimos.
El goce del sin velo impedía el sueño
El recuerdo de la mano se sostenía
Mi alma ya no entraba en mi cuerpo
Acariciaba en la mía, tu dureza
Besaba en la mía, tu mano firme
Y una explosión callaba mi pecho.
Con la luz del día todo mutó ajeno
Ya no reconocía el sueño, de lo cierto
Las mentiras, de las congruencias.
Tuve que apear hacia el infierno
Y anudar en la puerta mi gozo nuevo
No podía ver la gente, sólo tu imagen
A más tiempo pasa, menos recuerdo queda
Y así lo cierto se hizo una mentira buena
Aun espero que con tu palabra, ahora cierta,
Se haga carne, lo que es casi ni esperanza.